
Todos los días retomo en mi cabeza aquella foto… como cualquier otro día iba caminando por la calle tratando de hacer que el ruido y la bullanguera de la ciudad me evitara pensar; así no tendría que pensar es mis absurdas desgracias. Mi nombre es Silvia Petterson; así consta en mi acta de nacimiento; sin embargo no tengo mayor prueba de ella, no padres, no familia… y no dinero para cambiármelo. Supogno que será un estigma durante mi vida, huella de mis desgraciados progenitores. Nunca pude encontrar a mis padres, quizás sus nombres eran falsos… quizá el mío tmabién. Supogno que de mi infancia nada ha sido agradable a los ojos de cualquiera, sin embargo para mí es pasable; no puedo negar que me divirtío vivir en todos lados y en ninguno a la vez.
Comencé a prostituirme a los 16 para ganar dinero y poder comprar aquellos adornos fantasiosos que usan las mujeres de New York; nunca he sido tan bonita o mejor dicho, tan hija de Dios. Eran dos clientes por día, así descansaba lo suficiente y tenía el doble de dinero para gastar. Después del maquillaje llegaron las drogas; me parecen santo remedio para mi vacío. Sólo con las drogas puedo sentir, son mi maná de todos los días. ¡OH si!, no puedo sentir, no tristeza, no felicidad, no miedo, no soledad. Y las drogas, cual polvo mágico de hadas, me llevan volando hasta el cielo de mis desgracias para luego caer en la realidad. La realidad no es divertida.
Amigos… pues amigos apenas tengo un par, conocidos desde la infancia y ángeles de mis demonios; es decir, me ayudan siempre que pueden, son buenas personas. Sus nombres: Peter y John; jamás han accedido a acostarse conmigo por algún favor, son como diría el padre Luis: comedidos. Además, ya mencioné que carezco de gracia, expresión, sentimientos y belleza… de cualquier forma aunque todo esto sea de miserables no puedo si quiera, sentir pena por mí. ¡No puedo sentir! Mi eterna frustración; no me importaría sentir pena por mi, con tal de sentir. Maravilloso don de los seres humanos.
Hoy cumplo 32 años de vida, si a esto se le puede llamar vida. Yo le llamo: vida transitoria, así pienso que estoy en un sarcófago de aquellos egipcios adoradores de gatos, descansando hasta el día que realmente me levante. También tengo un gato, así como esos egipcios; lo vi en varias ilustraciones de revistas y periódicos.
Recuerdo el día que esa mujer me tomó aquella foto; había tanta bulla en la ciudad, suficiente para no dejarme pensar y distraerme con su extremada sonoridad. El viento había despeinado mi melena y el negro me pareció perfecto para la ocasión, como si algo dentro de mí fuera a morir. El maquillaje, el mismo de siempre. Y mi pensamiento perdido en la vaguedad de mi mente. Jamás había sonreído para una foto; de hecho no guardo ninguna foto mía. A nadie le interesa tomar fotos de una bruja imperceptible. Pero esa mujer, me clavo la mirada, sólo dijo: posa para mí. Mi reacción, fue de aturdimiento, el momento se me hizo eterno y escapó a mi pensamiento por completo.
Días después vi mi foto en un revista. Mi impresión fue fulminante. Aquella foto retrató todo lo que soy, mi desesperación ahogada, mi expresión de bruja engendrada directamente del infierno; me vi y sentí, por primera vez sentí... repugnancia…
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